jueves, 26 de marzo de 2020

Bar España





Pues parece que sí, que se ha acabado el mundo –dijo el hombre que asomaba medio cuerpo al exterior desde la puerta del bar. Tiró la colilla del cigarro a la blanquísima nada  que hasta hacía unos minutos había sido el barrio, se metió adentro, se quitó las gafas de sol y volvió a su taburete.
Al otro lado de la barra, el camarero, que limpiaba  esta a golpe de bayeta , se lamentó:
Precisamente hoy, que era el final de la liga y se me iba a llenar esto de gente. ¡Qué mala leche! 
Todavía puede darse con un canto en los dientes, jefe. Si esto me llega a pillar en la calle en vez de aquí, ni un cliente habría tenido usted hoy –el hombre apuró los restos de su cubata.
No, si eso es verdad. Pero digo yo que lo mismo hubiera dado que se acabara el mundo un poco más tarde, con el negocio ya lleno.
Se ahorra usted disgustos, hágame caso. Cuando la gente hubiera visto  que no funciona la tele , le montan aquí un pitote de padre y muy señor nuestro.
O como no hay otra cosa que hacer, se ponen a consumir como locos, ¿no cree?
Bueno, mire, no tiene sentido discutir sobre esto porque nunca sabremos qué hubiera pasado. ¿Me pone otro? –el cliente hizo tintinear los cubitos de hielo que aún quedaban en su vaso.
Cuando el camarero se giró para coger la botella de whisky, un grito estremecedor se escuchó a su espalda.
–¡¡SOCORRO!!
Sobresaltado se dio la vuelta, descubriendo  que mas allá de la barra del bar todo había desaparecido. El fin del mundo había entrado en el local. Solo quedaba un vacío de color blanco tan luminoso, que hacía daño a la vista. Apenas sus ojos se acostumbraron a aquello, vio que una mano trataba de aferrarse a la barra a duras penas. Reaccionando, se asomó y agarró de la chaqueta a su único cliente del día.
¡Me voy a caer! dijo el cliente con voz entrecortada por el llanto. Su mano perdió asidero en la barra.
Tranquilo, le tengo –el camarero tiró de él hacia arriba. Mas lo único que tenía y consiguió salvar fue la chaqueta del tipo. Volvió a asomarse, pero el hombre era ya solo una pequeña motita negra apenas visible en aquella blancura.
¿Qué son esos gritos, Manolo? –preguntó una mujer que salía en aquel momento de la cocina con una bandeja de croquetas caseras recién hechas.
Pues mira, tengo dos noticias. Una buena y una mala. ¿Qué te cuento primero?
Ya me conoces, Manolo, cuéntame la mala –la mujer colocó la bandeja en el mostrador que había en la barra.
Acaban de hacernos un “simpa” –dijo Manolo. 
–¿Y la buena? –interrogó la señora, poniendo los brazos en jarras y mirándole muy seria.
A modo de respuesta, el camarero sacó una billetera del bolsillo interior de la chaqueta que sostenía  y la sopesó en su mano, sonriendo.

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