sábado, 28 de marzo de 2020

El último hombre feo

Si esto fuera una película, esta sería la última escena. O la primera, en la que el protagonista comienza a recordar cómo llegó a la situación en la que se encuentra. El caso es que estoy corriendo por la playa. Corro por mi vida. Detrás de mí, cientos, qué digo cientos, miles de personas bellísimas pugnan por atraparme. Quieren tener ayuntamiento conmigo. Poseer un animal exótico. En definitiva, saber lo que es fornicar con el último hombre feo sobre la Tierra. ¡Vaya!, parece que al final, si esto fuera una peli sería de las del segundo tipo. Y es que creo que me viene un flash-back. Sí, la imagen se me nubla y ondea como cuando cae una gota en un charco. De fondo escucho un acorde de arpa. No hay duda, un flash-back.

Todo empezó hace un año cuando lanzaron la bomba. La Bomba Guapa, la llamaron los muy chistosos. Su radiación acabaría exterminando a gran parte de la población. La parte formada por la gente poco agraciada físicamente. Sólo quedaron los guapos, los bellos, los hermosos. Y fue la hecatombe. Resultó que el tópico "Guapo pero tonto" era cierto. La humanidad volvió a la Época de las Cavernas, sólo que con gente mas linda y estilosa. Como iba diciendo, quedaron los guapos, los bellos, los hermosos...y yo. A mí, antes de que sucediera nada, me llamaban "El Landa". Soy achaparrado, con poco pelo en la cabeza y mucho en el resto del cuerpo y mi cara es de las que se definirían como "difícil de mirar". La cosa es que yo sobreviví a la Bomba Guapa. Al principio mi presencia no llamaba la atención. Era prácticamente invisible para la gente guapa, ensimismada en su belleza y en la del prójimo. Pero las cosas no tardarían en cambiar. Para aquella  gente saturada de guapura propia y ajena empezé a ser algo extraordinario. Comenzé a tener exitazo. Cada noche yacía con una muchacha o muchacho distinto. Mi leyenda se extendió por todo el globo y las cosas se torcieron. Todos querían estar conmigo. Llegó un momento en el que aquello ya no me resultaba divertido. Tuve que huir, esconderme. Pero siempre me encontraban. Me corrí muchas aventuras (ja,ja), todas detalladas en la versión extendida de este flash-back, pero de vuelta al aquí y al ahora, me está dando un flato tremendo, así que creo que es el FIN.

Sueño confinado

Se durmió mientras veía la tele. En su sueño se dormía mientras veía la tele. En su sueño se despertaba y se iba a dormir a la cama. Se despertó y se fue a dormir a la cama.

jueves, 26 de marzo de 2020

Bar España





Pues parece que sí, que se ha acabado el mundo –dijo el hombre que asomaba medio cuerpo al exterior desde la puerta del bar. Tiró la colilla del cigarro a la blanquísima nada  que hasta hacía unos minutos había sido el barrio, se metió adentro, se quitó las gafas de sol y volvió a su taburete.
Al otro lado de la barra, el camarero, que limpiaba  esta a golpe de bayeta , se lamentó:
Precisamente hoy, que era el final de la liga y se me iba a llenar esto de gente. ¡Qué mala leche! 
Todavía puede darse con un canto en los dientes, jefe. Si esto me llega a pillar en la calle en vez de aquí, ni un cliente habría tenido usted hoy –el hombre apuró los restos de su cubata.
No, si eso es verdad. Pero digo yo que lo mismo hubiera dado que se acabara el mundo un poco más tarde, con el negocio ya lleno.
Se ahorra usted disgustos, hágame caso. Cuando la gente hubiera visto  que no funciona la tele , le montan aquí un pitote de padre y muy señor nuestro.
O como no hay otra cosa que hacer, se ponen a consumir como locos, ¿no cree?
Bueno, mire, no tiene sentido discutir sobre esto porque nunca sabremos qué hubiera pasado. ¿Me pone otro? –el cliente hizo tintinear los cubitos de hielo que aún quedaban en su vaso.
Cuando el camarero se giró para coger la botella de whisky, un grito estremecedor se escuchó a su espalda.
–¡¡SOCORRO!!
Sobresaltado se dio la vuelta, descubriendo  que mas allá de la barra del bar todo había desaparecido. El fin del mundo había entrado en el local. Solo quedaba un vacío de color blanco tan luminoso, que hacía daño a la vista. Apenas sus ojos se acostumbraron a aquello, vio que una mano trataba de aferrarse a la barra a duras penas. Reaccionando, se asomó y agarró de la chaqueta a su único cliente del día.
¡Me voy a caer! dijo el cliente con voz entrecortada por el llanto. Su mano perdió asidero en la barra.
Tranquilo, le tengo –el camarero tiró de él hacia arriba. Mas lo único que tenía y consiguió salvar fue la chaqueta del tipo. Volvió a asomarse, pero el hombre era ya solo una pequeña motita negra apenas visible en aquella blancura.
¿Qué son esos gritos, Manolo? –preguntó una mujer que salía en aquel momento de la cocina con una bandeja de croquetas caseras recién hechas.
Pues mira, tengo dos noticias. Una buena y una mala. ¿Qué te cuento primero?
Ya me conoces, Manolo, cuéntame la mala –la mujer colocó la bandeja en el mostrador que había en la barra.
Acaban de hacernos un “simpa” –dijo Manolo. 
–¿Y la buena? –interrogó la señora, poniendo los brazos en jarras y mirándole muy seria.
A modo de respuesta, el camarero sacó una billetera del bolsillo interior de la chaqueta que sostenía  y la sopesó en su mano, sonriendo.

martes, 24 de marzo de 2020

Mi pie izquierdo zombi

El apocalipsis zombi, ustedes ya saben. Una bomba, el calentamiento global, un catarro mal curado un nuevo virus de dudoso origen... algo de esto u otra cosa lo causó, qué más da. A un lado muertos vivientes, al otro vivos, vivientes también, y en medio yo. 
Todo empieza un día que entro en un supermercado buscando comida  papel higiénico. Una de esas cosas que hacen los supervivientes de una hecatombe zombi, vamos. Aunque ahora que lo pienso cuando todo era normal yo también iba al super, solo que todo estaba más lleno... bueno, pues eso, que me planto allí y cómo no, un muerto en vida que me encuentro. Total que se pone a perseguirme. Dejadme aclarar que los zombis de este acontecimiento zombi en concreto son de los modernos, de los que corren como gamos, nada de arrastrar los pies. En fin, que allí los dos corriendo el uno detrás del otro por los pasillos, hasta que el tipo me alcanza y me tira al suelo. Yo muerto de miedo (y de asco, que los zombis me dan mucho asco) intentando zafarme y lográndolo, o casi. El tío me agarra la zapatilla, doy un tirón con la pierna y se queda con ella en la mano (con la zapatilla no con la pierna). Y es entonces cuando sucede. A través del calcetín me araña en el pie al intentar volver a cogerme. Nada, muy poco, lo justo. Consigo escapar. Al principio no le doy mucha importancia al arañazito. Joder, la experiencia me dice que para convertirte en zombi te tienen que meter un buen viaje. Pero luego por la noche, ya en el campamento, me despierto en mi iglú del Decathlon. Un hedor nauseabundo impregnándolo todo, y no es que el interior de la tienda de campaña de un superviviente de un apocalipsis zombi huela muy bien per se. Pero es que allí huele a muerto, a muerto viviente. No tardo en descubrir que el olor proviene de mi pie izquierdo. El pie en el que el tío del hiper me ha hecho un rasguñito. Nada, muy poco, lo justo. Pero es que debe ser que un poquito de la mugre de la uña del tío ha hecho que mi pie izquierdo se zombifique. 

Ha pasado un mes, me han echado del campamento. Dicen que mi pie no es bien recibido. Durante este tiempo he vuelto a encontrarme varias veces con zombis, pero pasan de mi, no me deben considerar lo suficientemente vivo como para resultar apetecible, ya ves tú, por un pie. Así que ahora camino solo por las calles de esta ciudad... :'(